miércoles, 15 de junio de 2011

Medellín, la otra forma de combatir la criminalidad



Las décadas de los ochenta y noventa fueron épocas terribles para Medellín. Durante ese tiempo se le conoció como la ciudad más violenta del mundo, y no era para menos, hubo bombas, masacres, secuestros, extorsiones y estadísticas de guerra: en 1991, se contabilizaron más de 6,500 homicidios.
 
Sin embargo, a comienzos del siglo XXI, su historia cambió. Un movimiento ciudadano llegó al poder. En 2003 el matemático Sergio Fajardo ganó la alcaldía de Medellín y gobernó hasta el 2007. Lo sucedió otro integrante de ese mismo grupo ciudadano, Alonso Salazar, quien terminó su periodo en 2011.

Estos dos alcaldes, en menos de seis años, transformaron Medellín, hicieron que la ciudad mejorara en todos los indicadores de calidad de vida y lograron reducir a tal nivel la violencia que la convirtieron en el segundo destino turístico de Colombia.


Su apuesta fue el urbanismo social, política que consiste en invertir la mayor cantidad de recursos, con la mejor calidad y excelencia estética, en las zonas más pobres y violentas de la ciudad. Exactamente lo contrario de lo que tradicionalmente se hace, que es destinar la mayor cantidad de recursos y valor estético a las zonas ricas.


En palabras de Fajardo, la consigna fue “lo más bello para los más humildes”, de modo que el orgullo de lo público nos irradie a todos. La belleza de la arquitectura es esencial: donde antes hubo muerte, temor, desencuentro, hoy tenemos los edificios más imponentes, de la mejor calidad, para que todos podamos encontrarnos alrededor de la cultura, la educación y la convivencia pacífica. Así mandamos un mensaje político sobre la dignidad del espacio para toda la ciudadanía, sin excepción, lo que supone un reconocimiento, reafirma la autoestima y crea sentido de pertenencia. Tenemos que construir los edificios más hermosos donde la presencia del Estado ha sido mínima”.


Entre las obras más visibles están: cinco gigantescos parques-bibliotecas en las comunidades más abandonadas, un gran centro cultural, sobre el antiguo basurero de Moravia, la casa de lectura infantil y un innovador sistema de transporte público que acortó las distancias de manera radical entre los antiguos guetos urbanos y el centro de la ciudad.


Medellín no es el único caso que demuestra que la acción social es mucho más efectiva que la policiaca para inhibir la delincuencia.Ahí también está Bogota o Curitiba en Brasil.


En Morelos urge retomar estos ejemplos de éxito. Para ello, lo primero que habría que hacer es crear una policía única, que libere a los municipios de prevenir la delincuencia a través de policías y que los obligue a inhibir delitos por medio de una estrategia mucho más eficiente, la del desarrollo social.

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