martes, 10 de agosto de 2010

Una carta aleccionadora

Periódico El Mundo / Agosto 10 del 2010

Si no establecemos, como sociedad, linderos claros, y siguen las gabelas de legalidad a criminales atroces no veo claro el destino de la ciudad.
Con motivo de nuestro reciente editorial “Justicia con el Alcalde”, recibimos del doctor Alonso Salazar Jaramillo una carta que consideramos un documento trascendental sobre la actualidad colombiana y una reflexión necesaria sobre el ejercicio de periodismo, cuya lectura no dudamos en recomendar a nuestros colegas, tanto de casa como de los demás medios de comunicación.
El valor de la carta no sólo estriba en el hecho de provenir de quien hoy ejerce la Alcaldía de Medellín, sino también del periodista que ejerció siempre la profesión con brillo y respeto profundo a la ética profesional, paralelamente con la de investigador social en el delicado campo de la violencia infantil y juvenil, fenómeno que ha azotado por décadas a la ciudad que hoy gobierna. Todo eso le da una inmensa autoridad para cuestionar la conducta de cierto periodismo sensacionalista, proclive a ceder cámaras, micrófonos y columnas de prensa a criminales, en detrimento moral, como en su caso, de personas cuyo único crimen es haber dedicado su vida al servicio público.
Por eso, en lugar de glosar o comentar su misiva, resolvimos cederle al señor Alcalde el espacio de nuestras columnas editoriales:

Dr. Guillermo Gaviria
Director Periódico EL MUNDO

Quiero, apreciado Sr. Director, agradecerle su mensaje de solidaridad, del editorial del día 2 de agosto. Una vez más siento su inquebrantable lealtad, derivada de su compromiso con la legalidad y la verdad. Me alegra que este fallo judicial haya venido a corroborar la confianza que usted había manifestado sobre mis actuaciones y las acusaciones tejidas finamente, como bien lo señala su editorial, entre delincuentes y políticos incapaces de aceptar la voluntad ciudadana.
Permítame trascender de la solidaridad personal que me honra, a las reflexiones que con tino deriva en su escrito de este episodio. Es definitivamente problemático e inaceptable para la sociedad que sectores políticos puedan coincidir, a veces en zonas grises y a veces en zonas abiertamente ilegales, con personas u organizaciones desviadas de la ley. No tengo duda en afirmar que parte de la complejidad para derrotar a ciertos grupos criminales en la ciudad tiene que ver con la necesidad de retirarles el oxígeno que reciben, por diversos vasos comunicantes, desde sectores instalados en la institucionalidad. Hablo sobre un número ya significativo de casos juzgados y de otros en proceso.
Si no establecemos, como sociedad, linderos claros, y siguen las gabelas de legalidad a criminales atroces no veo claro el destino de la ciudad.
En esta relación no existen pecados veniales. Porque aunque el nexo establecido sea, por ejemplo, para la mala costumbre de obtener votos comprados o forzados, se le da sombra institucional al conjunto de sus actos criminales.
Puede ser tan absurda la situación que quien emprenda denuncia de estos sujetos aparece como un personaje que no “comprende” la dinámica política y se le observa como fundamentalista, o persona que quiere granjearse problemas de manera gratuita. Así el orden social está desquiciado: Lo extraño no es la complicidad sino la denuncia. Lo anormal no es aceptar ciertos métodos o recursos sino renunciar a ellos.
Ahora, ya no somos pocos los colombianos que hemos sido víctimas de la decisión de grupos criminales de enlodarnos para vengarse de algo o enrarecer el ambiente. Esa técnica se les ha facilitado por la resonancia que han ofrecido en medios de comunicación que hacen de ventiladores.
Sólo un compromiso ético puede salvar a los medios de pasar de la sana fiscalización, a la función banalizada y cruel de destruir injustamente personas, instituciones, historias y tradiciones. Así entiendo su reflexión sobre los medios, en estas circunstancias.
Es injusto generalizar. Pero sin duda algunos medios, por ejemplo, se han especializado en entrevistar convictos para acusar a ciudadanos sin preocuparse por cumplir mandamientos básicos del oficio periodístico. Creen, seguramente, que con estas informaciones ayudan a mantener la moral y la legalidad. Pero se siente también la tentación del raiting y de la rentabilidad. Parece riesgoso para el periodismo la tentación de convertir la emisión o edición en un tribunal que señala y condena sin cumplir adecuadamente derechos de la controversia, de la confrontación a fondo de las fuentes, la corroboración de los hechos.
Ahora que he pasado por tan larga y amarga experiencia personal, tomo la vocería como ciudadano para pedir a los medios un análisis de las denuncias que llegan a sus redacciones, un cálculo de las intenciones de quienes las hacen, una tarea de indagación adecuada. Una diferencia de la dignidad del ciudadano sin antecedentes, del que está encausado o ha aceptado ser de organizaciones criminales. Incluso aceptar que un gobernante no debe nivelarse con el delincuente en una emisión. Un cuidado especial en convertir a criminales en jueces. Lo digo ahora que, al menos de momento, estoy por fuera del torbellino.
Como ve, Sr. Director, no sólo quería agradecerle su gesto amable, sino hacer eco de sus reflexiones. Son oportunas para los periodistas, los medios y la democracia.

Con toda consideración,

Alonso Salazar Jaramillo

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