martes, 26 de octubre de 2010

El mito de la transparencia


Por: Alejandro Gaviria
EN LAS PRIMERAS SEMANAS DE SU primer gobierno, el presidente Álvaro Uribe expidió un decreto que, en teoría, iba a eliminar la corrupción.

El Decreto 2170 estaba inspirado en la idea, siempre atractiva, de la transparencia. Ordenaba que los borradores de los pliegos de condiciones fueran publicados antes de la apertura de los procesos de selección, estipulaba que los contratos deberían adjudicarse en audiencias públicas y promovía la participación ciudadana. “Uno de los objetivos del Gobierno ha sido dar más oportunidades de participación a la ciudadanía en todos los asuntos públicos, con la convicción de que a mayor participación, mayor transparencia”, dijo el presidente Uribe al final de su segundo mandato. La retórica (la demagogia podríamos decir) de la transparencia fue una constante de su gobierno. Pero la realidad a veces es inmune a las palabras.
En las primeras semanas de su gobierno, el presidente Juan Manuel Santos también recurrió a la demagogia de la transparencia. Fue incluso más lejos que el presidente Uribe. “Lo que iniciamos con el proyecto de la urna de cristal —dijo hace unos días— será la revolución de la participación ciudadana… Las tecnologías de las comunicaciones nos permiten establecer un diálogo directo con todos y cada uno de los colombianos… cada ciudadano se convertirá en un interventor, en un contralor, en un vigilante”. En la urna de cristal, supuestamente, todo será visto por todos y la mirada escrutadora de millones de ojos terminará por erradicar la corrupción.
Pero la urna cristal es una ficción, no existe. Existe, si acaso, la vitrina de cristal, un espacio donde los gobiernos exhiben lo que quieren promocionar o vender. El gobierno anterior estipuló que, antes de la contratación de cualquier funcionario, su hoja de vida debería ser publicada en la página de internet de la Presidencia. Por cuenta de esta exigencia, el encargado del asunto, el hombre del computador, quien debía, por así decirlo, poner las cosas en la vitrina, se convirtió en el administrador del clientelismo. Decidía qué se publicaba y qué no, y por lo tanto a quién se contrataba y a quién no. La transparencia es casi siempre selectiva, estratégica: muestra para tapar y tapa para mostrar.
La participación ciudadana también es selectiva. Los veedores no son observadores altruistas que se asoman desinteresadamente a la vitrina. Por el contrario, tienen intereses definidos. Económicos o políticos. Por su parte, la gran mayoría de los ciudadanos, los llamados a convertirse en interventores y contralores, a vigilar los contratos públicos, permanecen casi siempre indiferentes. Racionalmente desentendidos. Los estímulos a la participación ciudadana, a juzgar por los resultados, no han tenido un efecto sustancial sobre la corrupción. Las audiencias públicas tampoco han sido muy eficaces. Si acaso convirtieron la corrupción en un espectáculo.
La transparencia, la participación ciudadana, las audiencias públicas, los portales anticorrupción, todas estas cosas, juntas o separadas, no lograrán disminuir sustancialmente la corrupción. Muchas veces simplemente la disfrazan. El control de la corrupción depende en buena medida de los medios independientes. En últimas, son ellos los llamados a correr las cortinas que oscurecen, aquí y en todas partes, la urna de cristal.

agaviria.blogspot.com.
Alejandro Gaviria

viernes, 22 de octubre de 2010

La estirpe de Caín


Elbacé Restrepo  / Publicado el 17 de octubre de 2010
Hablemos de la Ley 1.098, de Infancia y Adolescencia, que a lo largo y ancho de su articulado protege a los delincuentes chiquiticos, cuyas manos aún no pueden empuñar una herramienta de trabajo, pero aprietan un gatillo con facilidad.
Colombia es el único país del mundo que no castiga un homicidio, ni diez, por la edad del homicida. Pero la sociedad no está sola, a pesar de lo mal formuladas que están sus leyes. Alarmado por el fenómeno de los niños delincuentes, el departamento de Psicoanálisis de la U de A ha hecho una investigación titulada El niño homicida, un estudio psicoanalítico: la estirpe de Caín.
Entre 2007 y 2010, la Policía entregó a la justicia 20.104 adolescentes que cometieron algún delito. Dice adolescentes, sin contar los menores de 14 años. Para la Ley 1.098, que debería llamarse de derechos sin deberes, un individuo entre 0 y 12 años es un niño. Entre los 12 y los 14 no existe, está excluido del articulado, y entre los 14 y los 18 es un adolescente que puede ser penalizado. Pero las penas son blandengues y poco pedagógicas. Premian, en vez de sancionar. Los niños delincuentes no les temen ni poquito.
El homicida no sancionado, tenga 7 años o 14, desata el contagio de la peste, porque demuestra que se puede matar a otro y no pasa nada. De ahí el incremento de las acciones criminales a edades cada vez más tempranas, un aumento en la reincidencia y, de sobremesa, un ascenso en las muertes violentas de los menores, por una sola y espeluznante razón: ante la ausencia de castigo penal aparece la venganza social o justicia por mano propia: "si la ley no lo toca, yo sí". ¡Y pum!
Los niños delincuentes hacen el preescolar en el consumo de drogas, la primaria en el tráfico de armas, la secundaria en el hurto y la extorsión y la especialización en el homicidio. Pero la edad no les impide ser conscientes de que la torta se volteará en su contra. La culpa, esa especie de policía que todos llevamos dentro, es feroz en ellos y los empuja, inexorablemente, hacia la muerte. Los niños no se benefician de la ley. Son víctimas de ella porque no los responsabiliza.
Dicen los investigadores que un niño que asesina jamás vuelve a ser niño, aunque tenga ocho años, que no se morirá de viejo en la placidez de una mecedora arrullando a sus nietos y que no hará la fila en la Registraduría para sacar la cédula, porque no cumplirá 18 años.
Brincarán al estrado, otra vez, la falta de oportunidades, la educación y la desigualdad, que tardarán generaciones en ser remediadas, o nunca lo serán, pero entre tanto, una reforma a nuestras leyes nos vendría muy bien, con la conciencia de que tampoco servirá de nada si los papás no asumen que su responsabilidad y compromiso con los hijos va más allá de engendrarlos y parirlos.
La idea no es guardar esta investigación en los estantes de una biblioteca. La estirpe de Caín bien vale un análisis por parte de los jueces, los padres de familia, los maestros, los funcionarios del ICBF y todos los llamados a ponerle el pecho a nuestra realidad, porque incide en los modos de comprender y de intervenir sobre estos sujetos que tienen la sociedad vuelta mi?seria.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Vargas Llosa, a pesar de él mismo

Alberto Buela (*)
Hoy le dieron los suecos, más precisamente la masonería sueca, el premio nobel de literatura al peruano Vargas LLosa, y está bien que así sea. Se lo negaron a Borges, no se lo dieron a Rulfo, no lo obtuvo Carpentier, ni Lugones, ni Cortazar, ni Ibarburú, ni Céspedes, ni tantísimos otros escritores de lengua española mil veces mejores que los últimos diez premios nobeles de literatura: 2009: Herta Mueller (Alemania), 2008: Jean-Marie Gustave Le Clezio, (Francia), 2007: Doris Lessing (GB), 2006: Orhan Pamuk (Turquía), 2005: Harold Pinter, (GB), 2004: Elfriede Jelinek (Austria), 2003: J.M. Coetzee (Sudáfrica), 2002: Imre Kertesz (Hungría), 2001: V.S. Naipaul (GB), 2000: Gao Xingjian (Francia), 1999: Gunter Grass (Alemania).
Y se lo dan a Vargas LLosa por liberal y masón. Y además escribe bien. La paradoja estriba en que por el solo hecho de escribir en español o castellano se transforma, incluso a pesar de él, en un disidente respecto de la “producción de sentido” que las autoridades suecas quieren y desean dar al dicho premio. No en vano de los últimos diez, al menos cinco escriben y se expresan en inglés, idioma que la intelligensia sueca ha adoptado desde hace medio siglo como propio.
Vargas LLosa apoltronado en Nueva York ha declarado en una extensa conferencia de prensa que: La Academia no me premió a mi sino a la lengua en la que escribo…siempre traté de escribir lo mejor que pude para la mayor difusión del español…a los hispánicos de los Estados Unidos les digo que se sientan orgullosos de su tradición cultural que hunde sus raíces en Cervantes, Quevedo, Calderón y tantos otros. Estas declaraciones que le nacen naturalmente a Vargas Llosa se producen por su pertenencia al castellano y más allá de su formación ideológica, pues son, a todas luces, políticamente incorrectas. En tal sentido quiero traer a colación lo que me escribió hace unos días, un muy buen investigador argentino en historia, el profesor Jorge Bohdziewicz, observándome un artículo mío La manipulación internacional del castellano, que: “Es cierto y bueno lo que decís sobre la lengua castellana. Aquí tenemos un ejemplo concreto de colonialismo lingüístico. En el Conicet,(equivalente del Cesic español) institución que conozco en detalle, tienen mayor calificación los artículos científicos si se publican en revistas extranjeras y en idioma inglés. Son nuestros evaluadores los que tratan de imponer esa norma, y a fe que lo logran. Ya nadie quiere publicar en revistas científicas nacionales, que van desapareciendo de a una. Los investigadores se desesperan por publicar en revistas extranjeras de "alto impacto", que le dicen, porque saben que de lo contrario corren el riesgo del rechazo de sus informes. En cuanto a valor intrínseco del trabajo, poco importa. Nadie lee y todos juzgan por el "soporte".
Este premio de Vargas Llosa adquiere una significación geopolítica no apreciada por los propios, pues desmiente el trabajo de zapa de todos los centros académicos y de formación científica del mundo hispano hablante que desplazan sistemáticamente el castellano como lengua de expresión científica sin que medie pedido alguno para ello. Es un problema de colonización lingüística emplazado de hecho en la cabeza de las autoridades de los institutos y academias de formación científica.
Hoy se ha instalado en todo el mundo académico un sistema de “revistas con referato internacional”, donde los referís se intercambian de unas revistas a otras como aquel lema de los poetas bogotanos. “te leo si me lees”. Además los informes académicos tienen que estar apoyados en revistas “indexadas”, esto es, en revistas que figuran en el nomenclador internacional de revistas y editoriales, quienes son las que otorgan valuación positiva de los artículos publicados. Se produce así un círculo hermenéutico que nos dice: un artículo escrito en castellano es científico no por lo que dice, sostiene o prueba sino por el soporte técnico que tiene(citas en inglés) y ese cúmulo de citas “indexadas” hace que dichas revistas prestigien a dicho artículo, y no el juicio de los pares como debería ser. La desmitificación de este andamiaje académico, de esta impostura intelectual la realizó, entre otros, Alan Sokal con su artículo sobre el uso embaucador y farsante de las publicaciones sedicentes “científicas”. Así, escribió un artículo en joda, lo logró publicar en una revista “científica” con referato internacional y luego les dijo que eran unos embaucadores.
El ejemplo académico más reciente que conozco es cuando hace un par de años la Universidad de Barcelona presentó un proyecto de seminario sobre la filosofía práctica en Aristóteles y el Ministerio de ciencia e innovación español los desechó porque los expositores eran todos de lengua española, sin importarle los méritos de los profesores que lo integraban ni sus trabajos de investigación durante décadas en el pensamiento del Estagirita. Fue necesaria una carta del profesor norteamericano Richard Kraut de la Northwestern University para que el ministerio autorizara el seminario. Lo triste es que R. Kraut es un “medio pelo” entre los estudiosos de Aristóteles y cualquiera de “los nuestros” (Gómez Lobo, Zagal, Llano, Oriol, Serrano, Mauri, etc.) lo da vuelta como un guante.
Cuando el viejo Alejandro de Humbolt afirmó que los hablantes modelan la lengua y la lengua modela la mente, y así cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y estructuras mentales propias realizando uno de los mayores descubrimientos lingüísticos, nos permitió explicar apoyados en esta premisa que una forma es pensar los clásicos en inglés y otra en español. Nosotros, en tanto herederos directos y sin mediaciones de Grecia y Roma, pensamos en función de un todo, de una totalidad de sentido, en tanto que la mente estructurada por el inglés los ve en sus detalles. Ellos están por así decirlo a ser siempre, especialistas de lo mínimo. Algo que, por otra parte, caracteriza al pensamiento moderno.
No quiero acá detenerme en la evolución o involución de los estudios aristotélicos, que es cuestión de enjundiosos especialistas, pero en líneas generales puede decirse que se pasó de una visión del todo, a una visión de las partes y cuando esta visión dividió hasta el infinito las mil sutilezas encontradas, se perdió la visión del todo y hoy estamos como “cuando vinimos de España: con una mano atrás y otra adelante”. De esta tara se liberó la genuina literatura hispanoamericana que no imitó y creó constantemente durante todo el siglo XX. Así el realismo mágico y la novela histórica buscaron un anclaje siempre en la política como arquitectónica de la sociedad y explicación última de lo que sucede con nosotros en esta mundanal vida.
Vargas Llosa, a pesar de él mismo, se da cuenta de ello y en este hodierno reportaje neoyorkino lo afirmó: la literatura hispana tiene a la política como un elemento constitutivo. Y es por ello, agregamos nosotros, que el ensayo es el género propio de la expresión hispanoamericana donde el autor mezcla lo grande y lo pequeño de manera personal y llega a conclusiones, enumera pruebas más que detenerse en el método que convalida las pruebas.

(*) alberto.buela@gmail.com
CEES- Centro de estudios estratégicos suramericanos
UTN- Universidad tecnológica nacional

lunes, 4 de octubre de 2010

El viejo remedio

Por: William Ospina
YO SÉ QUE QUIEREN QUE NOS ALEGREmos con la muerte de Pablo Escobar. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte del Mono Jojoy. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte de Marulanda. Y que nos alegremos con la muerte de Desquite, de Sangrenegra, de Efraín González.
Yo no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos esos monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta hasta los tuétanos, una sociedad que fabrica monstruos a ritmo industrial, y lo digo públicamente, que la verdadera causante de todos estos monstruos es la vieja dirigencia colombiana, que ha sostenido por siglos un modelo de sociedad clasista, racista, excluyente, donde la ley “es para los de ruana”, y donde todavía hoy la cuna sigue decidiendo si alguien será sicario o presidente.
Tanto talento empresarial de ese señor Escobar, convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, y dedicado a gastar su fortuna en vengarse de todos, en hacerles imposible la vida a los demás, en desafiar al Estado, en matar policías como en cualquier película norteamericana, en hacer volar aviones en el aire: tanta abyección no se puede explicar con una mera teoría del mal: no en cualquier parte un malvado se convierte en semejante monstruo.
Y tanto talento militar como el de ese señor Marulanda, que le dio guerra a este país durante décadas y se murió en su cama de muerte natural, o a lo sumo de desengaño, ante la imposibilidad de lograr algo con su inútil violencia, pero que se dio el lujo triste de mantener a un país en jaque medio siglo, y de obligar al Estado a gastarse en bombas y en esfuerzos lo que no se quiso gastar en darles a unos campesinos unos puentes que pedían y unas carreteras.
Yo sé que quieren hacernos creer que esos monstruos son los únicos causantes del sufrimiento de esta nación durante medio siglo, pero yo me atrevo a decir que no es así. Esos monstruos son hijos de una manera de entender a Colombia, de una manera de administrarla, de una manera de gobernarla, y millones de colombianos lo saben.
Por eso Colombia no encontró la paz con el exterminio de los bandoleros de los años cincuenta. Por eso no encontró la paz con la guerra incesante contra los guerrilleros de los años sesenta. Por eso no encontró la paz tras la desmovilización del M-19. Por eso no conseguimos la paz, como nos prometían, cuando Ledher fue capturado y extraditado, y cuando Rodríguez Gacha fue abatido en los platanales del Caribe y Pablo Escobar tiroteado en los tejados de Medellín, ni cuando murieron Santacruz y Urdinola y Fulano y Zutano y todo el cartel X y todo el cartel Y, y tampoco se hizo la paz cuando murió Carlos Castaño sobre los miles de huesos de sus víctimas, ni cuando extraditaron a Mancuso y a Don Berna y a Jorge 40, y a todos los otros.
Porque esos monstruos son como frutos que brotan y caen del árbol muy bien abonado de la injusticia colombiana. Y por eso, aunque quieren hacernos creer que serán estas y otras mil muertes las que le traerán la felicidad a Colombia, los desórdenes nacidos de una dirigencia irresponsable y apátrida, yo me atrevo a pensar que no será una eterna lluvia de las balas matando colombianos degradados, sino un poco de justicia y un poco de generosidad , lo que podrá por fin traerle paz y esperanza a esa mitad de la población hundida en la pobreza, que es el surco de donde brotan todos los guerrilleros y todos los paramilitares y todos los delincuentes que en Colombia han sido, y todos los niños sicarios que se enfrentan con otros niños en los azarosos laberintos de las lomas de Medellín, y que vagan al acecho en los arrabales de Cali y de Pereira y de Bogotá.
Claro que las Farc matan y secuestran, trafican y extorsionan, profanan y masacran día a día, y claro que el Estado tiene que combatirlas, y es normal que se den de baja a los asesinos y a los monstruos. Pero que no nos llamen al júbilo, que no nos pidan que nos alegremos sin fin por cada colombiano extraviado y pervertido que cae día tras día en la eterna cacería de los monstruos, ni que creamos que esa vieja y reiterada solución es para Colombia la solución verdadera. Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que todavía faltan por nacer.
Más bien, qué dolor que esta dirigencia no haya creado las condiciones para que los colombianos no tengan que despeñarse en el delito y en el crimen para sobrevivir. Qué dolor que Colombia no sea capaz de asegurarle a cada colombiano un lugar en el orden de la civilización, en la escuela, en el trabajo, en la seguridad social, en la cultura, en la sana emulación de las ceremonias sociales, en el orgullo de una tradición y de una memoria. Yo, personalmente, estoy cansado de sentir que nuestro deber principal es el odio y nuestra fiesta el exterminio.
Construyan una civilización. Denle a cada quien un mínimo de dignidad y de respeto. Hagan que cada colombiano se sienta orgulloso de ser quien es, y no esté cargado de frustración y de resentimiento. Y ya verán si Colombia es tan mala como quieren hacernos creer los que no ven en la violencia del Estado un recurso extremo y doloroso para salvar el orden social, sino el único instrumento, década tras década, y el único remedio posible para los viejos males de la nación.

William Ospina

Más Estado que sociedad

Jorge Giraldo Ramírez / Medellín  / Publicado el 4 de octubre de 2010
En las discusiones académicas sobre la construcción del Estado colombiano se instaló un lugar común, por fortuna cada vez menos cierto, de que en el país había más Estado que territorio. De otra parte, la convergencia entre la ideología liberal, el individualismo cerrero del colombiano y la anomia dominante ha mantenido la imagen de que la sociedad es buena y el Estado malo.
Discusiones teóricas aparte, resulta provechoso mirar los resultados de la quinta y más reciente encuesta de percepción del proyecto "Medellín cómo vamos" a la luz de esta pregunta. Esto es, cómo ven los ciudadanos al Estado local, sus instituciones y servicios, y cómo a la llamada "sociedad civil".
Sectorialmente, dos de cada tres personas expresan inconformidad con los constructores pues consideran que la oferta de vivienda es insuficiente en cantidad e inadecuada en precios. Aunque el transporte servido por privados tiene calificaciones aceptables, la gente siente que se ha vuelto inseguro. Las alertas están dirigidas al taxi, un sector en el que las empresas pueden controlar la calidad de los vehículos y de los conductores. Los servicios de bancos y celular mejoraron sus calificaciones, aunque muy lejos de los que prestan las empresas públicas. La educación pública ya igualó a la privada en satisfacción de la gente con el servicio.
Probablemente las respuestas más relevantes son las que se encaminan a detectar cuáles son las instituciones que más contribuyen a mejorar la calidad de vida de los habitantes de Medellín. Las tres mejor calificadas son estatales: la Alcaldía (47), EPM (31) y el gobierno nacional (29). Entre la sociedad civil las mejores son: las iglesias (24), las juntas comunales (21) y las universidades (16). Llama la atención el bajo aprecio por la empresa privada (10), aunque muy superior a las ONG (6) y ni se hable de los partidos políticos (3).
Con excepción del cuidado del metro, el habitante de Medellín se autocalifica mal en civismo. El comportamiento de los conductores es el peor de todos (38), seguido del de los peatones (31). En cuanto a respeto de las normas, las peores calificaciones se refieren a las ambientales (24), el cuidado de los bienes públicos (23) y las de tránsito (20). Respecto a valores las cosas son peores. El 44% de la gente considera que no hay respeto por el derecho a la vida, el 30% que no se respetan las diferencias de orientación sexual y el 28% que no se respetan a los niños ni a los desplazados.
En contra de la idea de que el antioqueño tiene una autoestima muy alta -o que es casi argentino, como dice un colega del sur- los paisas se ven a sí mismos como discriminadores. La gente siente que en Medellín se discrimina más por condición económica (83), por ser desplazado (78) o tener distinta orientación sexual (78) y por la edad (76). De lejos, el ámbito en el que la gente siente que se discrimina más es en el trabajo (82).
He ahí un gran reto. Aunque todavía nos falta en materia de eficacia y calidad de las instituciones públicas, queda claro el déficit mayúsculo que tenemos en materia de ciudadanía, civismo y responsabilidad social.

Fuente: Elcolombiano.com

El oráculo de Tuluá

Opinión

2 Oct 2010 - 9:56 pm
Por: Héctor Abad Faciolince
HACE YA MUCHOS AÑOS GUSTAVO Álvarez Gardeazábal fue un buen novelista. Incluso, en un par de obras (Cóndores, Dabeiba), un excelente novelista.
HACE YA MUCHOS AÑOS GUSTAVO Álvarez Gardeazábal fue un buen novelista. Incluso, en un par de obras (Cóndores, Dabeiba), un excelente novelista. Maldito el día en que dejó las letras y acabó metido en política: terminó en la cárcel por un confuso asunto de esculturas y plata. Pero tal vez mucho más maldito el día en que dejó la literatura y la política para terminar colado en el periodismo radial. Desde allí, más que a decir la verdad, se ha dedicado a confundir su mente de novelista (invento, ficción, fantasía, delirio) con el mundo de la realidad, y su mente deformada por los intereses y odios políticos, con el mundo de la información, que es muy distinto. Gardeazábal no informa: cuenta chismes. Y como siempre pasa con los chismosos, buena parte de lo que dice resulta ser mentira. Un periodista que alimenta, difunde y agranda chismes, es un novelista con el alma podrida.
Lo dicho no es un insulto sino un diagnóstico, una constatación, que se puede sustentar en ejemplos puntuales. Recuerdo que en enero pasado, en su tono chismoso decía, desde Cartagena, que García Márquez había llegado a la ciudad, no a pasar vacaciones, sino a descansar de una enfermedad terminal que lo estaba matando. Aquel gran novelista costeño por el que Álvarez nunca sintió simpatía, había venido a morir dentro de las murallas, simplemente, aseguraba el caradura. Mentira. Él mismo divulgó el infundio de una secuestrada amante de Alfonso Cano, el líder de la guerrilla. Esa misma secuestrada, que nunca conoció a ese jefe guerrillero, estaba amarrada de una cadena a un árbol, mientras el periodista lanzaba al aire su supuesta chiva. Un chisme, otra mentira.
Cuando no son chismes, son conjeturas, profecías falsas que se estrellan con los desmentidos del futuro: que Andrés Pastrana sería director de El Tiempo, cuando Planeta compró ese diario (de fuente segura); que Juan Manuel Santos ya no se lanzaría a la presidencia (qué gran acierto); que los del PIN son ángeles puros y limpios y solamente se los ataca por venir de abajo (cómo no manito). Y a veces ni siquiera usa palabras; simplemente hace ruidos con la boca. Tal persona: uuuuh, tal otra mmmmm, la de más allá, no sé pero me suena, ts, ts, ts. Coge por su cuenta, así sea con gruñidos, al político o periodista de turno que alguno de sus socios en el poder quiere que caiga en desgracia. Como si Tuluá fuera el epicentro de la verdad, allá van peregrinos a vaciarle su resentimiento, y a desinformar con sus deformaciones. Así se convierte en el altavoz dañino de otros difamadores de oficio.
A veces dice verdades, es cierto. Por ejemplo lee del Wall Street Journal la cotización del azúcar; y es exacta, con eso no charla un valluno. O cuenta idéntico, como si fuera suyo, un confidencial de Semana o de El Espectador, sin citar la fuente, como si él fuera el origen e insinuando que misteriosamente El Oráculo de Tuluá ha llegado a saber que...
Como el hombre tiene una labia fácil y una lengua tan rápida como viperina, todos le temen al poder de su micrófono. Y los colegas ni se diga: mejor no meterse con el novelista del Valle, para no caer en sus garras, en sus chismes, en la red de patrañas donde se mezclan datos reales con arteras mentiras. Además el programa radial donde le dan cabida es una delicia. Todos gozamos mucho, al atardecer, con La Luciérnaga, porque nos hace reír. Los imitadores, los personajes, los cuentachistes, los troveros, la seriedad de Peláez y el profesionalismo de Rincón. El periodismo que hacen ahí es un riesgo, porque como ellos mismos dicen, practican “una mezcla extraña de realidad y ficción”. Siendo un programa de humor, la ficción es la mentira de los que imitan las voces de los famosos de turno. Son caricaturas legítimas. Pero de los periodistas uno se espera verdad, y no chisme. Algunos lo cumplen. Don Gardi no: él parece estar anclado al mundo ficticio de sus novelas. Ojalá volviera a ellas y dejara el periodismo, por el bien de ambos oficios.

Fuente: Elespectador.com

La impunidad desbordada

Por Alfredo Rangel
OPINIÓN. Es necesario mejorar la capacidad científica del CTI en la investigación, porque su ineficiencia está poniendo en entredicho la eficacia de los juicios orales.
Sábado 2 Octubre 2010 
La muerte del Mono Jojoy interrumpió abruptamente el debate público sobre un tema que con mucha razón tiene escandalizada a la gente: la impunidad de que disfrutan muchos criminales en el país. Muchas leyes parecen establecidas para favorecer el delito, y centenares de jueces parecen empeñados en proteger a los delincuentes y no a sus víctimas, ni a la sociedad, ni al Estado. Mientras subsista esta situación estarán disminuidas las posibilidades de coronar con éxito la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado.
La tapa de la olla ha sido la libertad que ordenó la juez de garantías de 25 de los 34 integrantes de una red de traficantes de armas, que las robaban al Ejército Nacional para venderlas a las Farc a razón de 100 millones de pesos mensuales, durante varios años. Fueron capturados en 20 allanamientos en 10 ciudades diferentes, y se les encontró un enorme arsenal robado con destino a la guerrilla. Pero para la juez, el CTI cometió el "error" de realizar algunos allanamientos por fuera del horario de oficina que establece la Ley, o sea entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde, aun cuando la misma Ley señala que cuando las circunstancias lo ameriten (¿?) también se pueden hacer en horas distintas. Pero ceñida estrictamente a la letra de la Ley y su horario de oficina, y sin apreciar la gravedad del delito, ni la peligrosidad de los delincuentes, ni la complejidad del operativo, la juez liberó a la mayoría de los capturados.
En el fugaz debate público que provocó este hecho, la opinión quedó muy mal dividida entre quienes piensan que el problema es la Ley y quienes señalan que son los jueces. Yo creo que son ambos: unas leyes muy garantistas y ambiguas, y unos jueces aún más garantistas e inclinados a favorecer a los delincuentes en la aplicación de las normas. O, aún peor, a castigar a unos y hacerse los de la vista gorda con otros, como en los casos de los políticos y dirigentes acusados de vínculos con grupos armados ilegales: duros hasta la arbitrariedad con los sindicados por parapolítica, blandos hasta la complacencia con los incriminados con farcpolítica. A esto hay que añadir, en ocasiones, las deficiencias de los investigadores en la recolección y la presentación de pruebas ante los jueces. Un perfecto coctel para la impunidad.
Tendremos que esperar a que aparezca una nueva generación de jueces que tenga como valores superiores la seguridad y el interés colectivos, sin violar los elementales derechos a la legítima defensa de los incriminados con pruebas razonables, porque no son cosas incompatibles. Mientras tanto, la vía más expedita para disminuir la impunidad es ajustar las leyes para reducir el margen de interpretación y de arbitrariedad, que muchos jueces disfrazan con el apego literal a la norma.
Sería muy útil, por ejemplo, revisar el caso de Italia, donde a comienzos del presente año se aprobó un Código Único contra el crimen organizado que agrupó en un solo estatuto toda la legislación dispersa y ajustó las normas y los procedimientos para combatir con más eficacia a todo tipo de bandas delictivas. La creciente y dinámica amenaza que representa el crimen organizado a nivel global exige de los Estados una permanente actualización de sus instrumentos jurídicos, so pena de que estos se conviertan en rey de burlas de una delincuencia sagaz que siempre está encontrando nuevas formas de eludir la acción de las autoridades y aprovechando los resquicios de leyes obsoletas y excesivamente garantistas.
La reforma a la justicia no puede quedarse en definir quién nomina o terna a quién para qué alto cargo en la cúpula judicial o cómo se reestructura la arquitectura institucional de la rama. También es necesario reformar aquellas medidas que han demostrado ser poco efectivas e incluir otras para disuadir y castigar con más contundencia a los criminales y sus viejas y nuevas formas delictivas: desde el fleteo y el paseo millonario, pasando por los apartamenteros y extorsionistas, hasta los narcotraficantes de todos los pelambres y sus bandas armadas.
Para combatir mejor al crimen organizado hay que ampliar a 24 horas los allanamientos con orden judicial, redefinir el concepto de flagrancia, ampliar los términos para la formulación de cargos y de la prescripción de muchos delitos, mejorar la protección de las víctimas y los denunciantes, volver no excarcelable el porte ilegal de armas, endurecer el castigo a los reincidentes, etcétera. Y, claro, mejorar la capacidad técnica y científica del CTI en la investigación criminal, porque sus deficiencias están poniendo en entredicho la eficacia de los juicios orales. Son las acciones que la sociedad le reclama a gritos al Estado para neutralizar el desbordamiento de la impunidad.

Fuente: Semana.com
http://www.semana.com/noticias-opinion/impunidad-desbordada/145407.aspx

Un pobre pendejo

Por Daniel Coronell
OPINIÓN. Durante el despeje se movía en camionetas de alta gama y aun después se conocieron imágenes suyas montando caballos de paso fino.
Sábado 25 Septiembre 2010 
Se lo preguntó María Cristina Caballero, una colosal periodista colombiana que ahora trabaja en Estados Unidos. Cuando empezaba el despeje en el gobierno Pastrana y el país vivía la ilusión de un proceso de paz naciente, Jojoy encabezó una arrogante demostración de fuerza. Cientos de guerrilleros con uniformes nuevos, armas modernas y bandas con el tricolor nacional sobre el pecho marcharon hasta San Vicente del Caguán.
El jefe del Bloque Oriental de las Farc quería exhibir su poder. Hizo formar a los hombres frente a decenas de cámaras de televisión y pidió un parte a los cabecillas. Entre los que se pusieron firmes estaban Romaña, Marco Aurelio Buendía y Jairo Martínez.
Todos los mapas tácticos de la época mostraban que la zona de influencia del Mono Jojoy era también la de los grandes cultivos de coca. El aumento del poderío militar de las Farc en la segunda mitad de los 80 arrancó justamente con el auge de los cultivos ilícitos promovidos por el cartel de Medellín en las selvas colombianas.
Las Farc cuadruplicaron en unos años sus hombres y su capacidad de fuego, pero empezaron a perder progresivamente cualquier horizonte político. Unos años después, el Mono Jojoy y su hermano Grannobles fueron grabados hablando de la entrega de “1.300 terneros”, días antes de que fuera interceptada una avioneta cargada con 1.300 kilos de cocaína muy cerca del área donde operaba Grannobles.
Siempre negó la relación de esa guerrilla con el narcotráfico y pretendió limitarla al “cobro de unos impuestos” a los cultivadores. Sin embargo, su influencia en las Farc creció de la mano de su fortuna. Durante el despeje se movía en camionetas de alta gama y aun después se conocieron imágenes suyas pasado de tragos, montando caballos de paso fino. Gustos más propios de otros sectores de la delincuencia.
Veía la guerra como un problema de territorio y dinero. Jojoy explicaba la existencia de las Farc como consecuencia de la tacañería del Estado. Alguna vez dijo: “No nos quisieron escuchar cuando esto se solucionaba con cinco millones de pesos, en el año 64”.
Dentro de las Farc encarnaba la más dura de las líneas y creía que –en el mejor de los casos– un proceso de paz debería desembocar en un tratado de límites: “Aquí quedan las Farc y aquí queda el Ejército”.
Según él, la zona despejada era el sitio más seguro de Colombia, y como muestra de ello argumentaba que era el único lugar del país al que el Presidente podía ir sin escoltas: “Esta es la zona más pacífica de Colombia. Los homicidios bajaron un ciento por ciento. Las funerarias se quebraron y los curas también”.
La única vez que se disculpó públicamente fue cuando un reportero le mostró que el llamado ‘Ejército del Pueblo’ mataba a campesinos y trabajadores con sus cilindros bomba. Prometió que eso cambiaría, pero el uso de estos artefactos explosivos continuó durante meses después de esa declaración.
Ese era el hombre que, con un reluciente fusil en la mano, dirigía la ominosa parada guerrillera en San Vicente del Caguán, a finales de 1998.
María Cristina Caballero esperó una pausa en la demostración. Se acercó y en una entrevista premonitoria logró sacarle a Jojoy que las Farc solo estaban interesadas en la ley de canje y no en la paz que añoraba Colombia. También le dijo que empezarían a secuestrar políticos para presionar ese intercambio. El gobierno de la época descalificó las afirmaciones porque no venían de un “vocero oficial” de las Farc. Todo lo que anunció en ese reportaje se cumplió con escalofriante exactitud.
Con la noticia de la muerte de Jojoy, recordé otra parte de la entrevista. Cuando María Cristina le preguntó qué haría cuando no tuviera fusil, él respondió que eso jamás pasaría: “El día que entregue el fusil nadie va a querer hablar con nosotros, ni los periodistas. Sería un pobre pendejo. Sería la paz de los muertos, porque nos bajarían de una vez. Si estamos vivos es porque tenemos fusil”.

Fuente: Semana.com.
http://www.semana.com/noticias-opinion/pobre-pendejo/145025.aspx