jueves, 23 de septiembre de 2010

La batalla por la memoria

Por Marta Ruiz
Masacre de La Rochela, 18 de enero de 1989.
CONFLICTOEn este informe especial usted entenderá por qué Colombia no debe olvidar los horrores de su pasado.
Sábado 18 Septiembre 2010
 
Siempre se ha dicho que Colombia es un país amnésico. Quizá porque a cada ciclo de guerra le ha seguido un pacto de paz que ha enterrado el pasado con la idea de que para seguir adelante no se puede recordar el horror, pues sería como echarles sal a las heridas. Las víctimas de la Violencia de los años 50 pudieron quedar en el olvido, en aras de que el Frente Nacional fuera viable, a no ser porque un grupo de intelectuales -monseñor Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna- exhumaron archivos y recogieron testimonios en campos y veredas, para luego interpretar lo que había ocurrido en ese aciago periodo. Sin ese estudio, llamado La Violencia en Colombia, quizá nunca se hubiera sabido que fueron 300.000 quienes murieron en esos años, que hubo todo tipo de métodos de horror y de los vínculos profundos de sectores políticos urbanos con las matanzas. Este fue, si se quiere, un antecedente pionero de las comisiones de la verdad que hoy pululan en varios continentes.
En el mundo entero hay una explosión de la memoria. Prácticamente a todo conflicto lo ha seguido una comisión de la verdad, un tribunal de guerra o una racha de testimonios difundidos por todos los medios disponibles en el mundo moderno. En Sudáfrica se televisaron los actos de verdad y reconciliación donde los victimarios pedían perdón a sus víctimas, en un modelo cuestionado por la ausencia de justicia que representó. En países como Argentina y Perú, que tuvieron comisiones de la verdad, hoy viven procesos de justicia tardía. La imagen del anciano general Videla sentado y dormitando en su silla ante un tribunal argentino que lo acusaba de crímenes atroces no puede ser más paradigmático de aquel viejo adagio de que el pasado no perdona. España, que había optado por el silencio y el olvido, hoy está reabriendo su pasado con todo el debate político que ello implica.
En Colombia, a partir de las declaraciones de los victimarios en los tribunales de Justicia y Paz, y con los testimonios de las víctimas, se está configurando una especie de retrato hablado de las últimas dos décadas. El cuadro es pavoroso: violaciones a mujeres, matanzas hechas con la complicidad de la fuerza pública, destierros como política sistemática para apropiarse de las tierras, reclutamiento de menores que pasaron de ser víctimas a victimarios. Venganza, retaliación, resentimiento por parte de unos e indiferencia por parte de la mayoría.
En ese contexto, y como lo ordenó la Ley de Justicia y Paz, se creó el Grupo de Memoria Histórica, de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, en el que participa un selecto conjunto de intelectuales. Este grupo, en cabeza del historiador Gonzalo Sánchez, ha elegido el camino de investigar casos emblemáticos como botones de muestra de un monstruo de mil cabezas. La semana próxima presenta cuatro nuevos informes sobre las masacres de La Rochela, Bojayá, Bahía Portete, y sobre la lucha por la tierra en la costa atlántica. Estos se suman a los de las matanzas de Trujillo y El Salado, presentados en años anteriores. Estos libros son al mismo tiempo un espejo del pasado y una ventana para mirar hacia el futuro. Con motivo de la publicación de los informes, SEMANA publica este especial periodístico.
Pero la tarea de este grupo de intelectuales, encomiable por cierto, es apenas la primera piedra para edificar un programa político de mayor alcance: la memoria como escenario para fortalecer la democracia. La memoria es un campo de batalla donde cada persona o grupo narra la violencia, de acuerdo a su propia experiencia. De la fuerza que tenga cada una de ellas dependerá, en buena medida, el rostro que tome la Nación en su futuro. La memoria es un lugar para la inclusión, para el reconocimiento del otro, para cerrar heridas y saldar cuentas pendientes. La memoria puede, si se hace con espíritu democrático, ser un hito político, una manera de transitar de un estado de guerra a uno de reconciliación. Puede ser el primer paso para una agenda de paz.
Las organizaciones de derechos humanos han apostado desde hace años por una memoria que contrarreste la impunidad. El sacerdote jesuita Javier Giraldo ha dedicado su vida a documentar minuciosamente los asesinatos y masacres que han ocurrido en Urabá, Trujillo y otras regiones, en un banco de datos que será quizá la base de partida para cualquier proceso de verdad en el país. Pero la memoria no se agota en las demandas de justicia, porque esta, al fin y al cabo, juzga a las personas y sus actos. "Todo castigo es memoria", dice Iván Orozco, uno de los miembros del Grupo de Memoria Histórica. Así mismo, la impunidad es el más brutal acto de desdén y olvido. Pero es del ámbito de la política entender los contextos y explicarlos. Por eso, la batalla por la memoria es un debate político y no solo jurídico o académico.
Por esa razón, en esta creciente corriente de reivindicación de la memoria se está construyendo de facto una ética del testigo y el sobreviviente. Es necesario que esta se convierta en un programa político, para que sea realmente una memoria ejemplarizante que no solo se ancle en el sufrimiento pasado. La iniciativa ya la han tomado algunas alcaldías, como las de Bogotá y Medellín, que están construyendo sendos centros de memoria del conflicto, de gran envergadura e impacto social.
Convertir la memoria en política implica, por ejemplo, que el campo educativo se aboque a la tarea de que las nuevas generaciones comprendan el pasado reciente. Que se abran y conozcan los archivos secretos pero cruciales de los diferentes organismos de inteligencia y que se desclasifiquen, como se ha venido debatiendo en los últimos días. Que el Estado reconozca que normas como las que legalizaron las autodefensas en el pasado fueron nefastas e incentivaron la violencia. Y que los diferentes actores de la política que estuvieron en la guerra reciban sanciones sociales ejemplarizantes, para desterrar la práctica de obtener poder o territorio a través de la violencia. La memoria implica afrontar las reformas que sean necesarias para resarcir los desastres de la guerra. La restitución de tierras es un ejemplo de cómo la memoria se convierte en un hecho concreto para cambiar la vida de la gente que ha vivido en el conflicto y empezar a construir un país más civilizado.
También es definitivo que las víctimas encuentren en el espacio público el reconocimiento que durante tanto tiempo les ha sido negado. Hace casi 30 años, el general Fernando Landazábal Reyes dijo que el país tenía que aprender a escuchar a sus generales. Y en realidad, lo ha hecho. Ahora, Colombia tiene que aprender a escuchar a sus víctimas y a otorgarles como reparación el reconocimiento a la injusticia que ha significado su sufrimiento. En ese sentido, el periodismo y el arte son vitales.
Porque así como miles de victimarios hicieron y deshicieron por años, la indiferencia de la mayoría contribuyó a que la escala de maldad que ha habido en la guerra nos haya convertido en lo que somos hoy: un país desangrado. Un país que en menos de medio siglo, quizá por no conocerla, ha repetido su historia.

Contrafactual

Por: Alejandro Gaviria
http://www.elespectador.com/columna-225004-contrafactual

UN MES LARGO DESPUÉS DE LAS elecciones, el ex candidato presidencial (y hoy líder de la oposición) Juan Manuel Santos decidió romper su silencio.
En una entrevista concedida al diario El Tiempo, se fue lanza en ristre en contra del gobierno de Antanas Mockus. “Me da mucha pena —dijo— pero el país parece haber perdido el rumbo. Las Farc han asesinado a una treintena de policías y soldados. La inseguridad está disparada. Medellín está prácticamente en guerra. Un carro bomba explotó en Bogotá y no sabemos absolutamente nada. El Gobierno parece confundido, sin capacidad de reacción”. “La gente está perdiendo la confianza”, señaló al final de la entrevista en tono vehemente.
Pero no sólo Juan Manuel Santos ha hecho pública su preocupación con lo sucedido después del siete de agosto. Otros líderes políticos también han manifestado su desconcierto. “No sólo la seguridad me preocupa”, dijo esta semana el ex senador (y ahora precandidato a la Gobernación de Risaralda) Rodrigo Rivera en una entrevista radial. “El Gobierno decidió archivar prematuramente la reforma a la justicia. Las altas cortes ejercieron un inaceptable poder de veto con la anuencia del Presidente”, afirmó más adelante. “Los magistrados no pueden ser juez y parte en una reforma a la justicia”, concluyó lapidariamente.
El consejo gremial se reunió de manera extraordinaria al comienzo de la semana. A la salida de la reunión, el presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas, denunció el deterioro de la seguridad y la consecuente pérdida de confianza de los inversionistas. “El nuevo gobierno le está debiendo una explicación al país”, dijo. Villegas señaló también la necesidad de una agenda legislativa claramente definida: “a estas alturas no sabemos cuáles son las prioridades del nuevo gobierno”. El dirigente gremial llamó igualmente la atención sobre la inutilidad de los acercamientos con el gobierno venezolano: “los compromisos firmados no han traído todavía ningún beneficio concreto, se han quedado en declaratorias de buenas intenciones… mucho se ha dicho, nada se ha hecho”.
La revista Semana publicó en su portada una fotografía que muestra a los altos mandos castrenses sentados solemnemente en un mesa de reuniones. Todos están mirando en la misma dirección, hacia la cabecera de la mesa, donde yace una silla vacía. “¿Dónde está el piloto?”, decía previsiblemente el titular. Por otra parte, el ex senador Germán Vargas Lleras (ahora columnista de Colprensa) escribió recientemente que el Gobierno pretende combatir la corrupción con burocracia y medidas simbólicas. “Ha propuesto una comisión para promover los valores éticos mediante campañas en los colegios… pero la corrupción no se combate con clases de cívica”, escribió. “La ingenuidad es un pecado venial que puede tener consecuencias mortales”, concluyó con el tono crítico que se ha puesto de moda en el país.
“Estoy seguro de que lo sucedido en el último mes y medio no es nada extraordinario, aquí no estamos viendo una escalada, como algunos han pensado; aquí lo que estamos viendo es una situación normal”, dijo el nuevo presidente. Pero nadie quedó satisfecho con esta explicación. Un asesor del nuevo gobierno, que pidió mantenerse anónimo, dijo que si Santos fuera el presidente, ni los gremios ni los medios ni la oposición estuvieran haciendo tanto alboroto. “Los dobles estándares son parte de la democracia. Y de la vida”, dijo con resignación.

agaviria.blogspot.com

EL TIEMPO MUERTO

Por: Héctor Abad Faciolince
TENEMOS TANTAS COSAS PARA MATAR el tiempo que ya nunca tenemos tiempos muertos. Yo, como todos, me estoy enloqueciendo.

Yo no soy yo, como usted ya no es usted, o no es usted solamente. Somos nosotros, más las prótesis a las que vivimos conectados: aparaticos de bolsillo, objetos inalámbricos, pantallas titilantes, jueguitos, una lista infinita de personas on-line, como felinos al acecho, que interrumpen para lo más anodino, lo más importante o lo más fútil.
Es imposible pasar una hora (otros un minuto) sin controlar dónde está tal, por dónde viene aquel, quién ha escrito o no ha escrito, cómo sigue tal otra, con quién está tal cual. Todo se va convirtiendo en mensajes breves e instantáneos. Mis amigos ya no vienen a comer y a conversar a mi casa: vienen a revisar sus correos y a mandarse mensajes mientras fingen que su mente está conmigo. No, su mente está en todas partes, y una fracción está también aquí, pero en realidad tienen el cerebro dividido en gajos de atención, como si fuera una naranja, y a nadie le dan la fruta entera. No son ellos completos los que me están haciendo una visita o teniendo una conversación seria. ¿Cómo pueden chatear y chuparse una concha al mismo tiempo?.
Cada vez noto más, cuando me llaman, que en vista de que estoy mirando al mismo tiempo la pantalla del computador, mi atención es flotante, no del todo presente en la situación, y a duras penas consigo entender lo que me están diciendo. Cada vez noto más, cuando yo llamo, que a mí también me prestan una atención distante, distraída, de cerebro dividido en varias funciones al tiempo. No hay concentración, no hay secuencias, hay saltos.
Estamos rodeados por mareas de autistas hiperactivos y dispersos.
Ya no hay quien crea que alguien está hablando solo o está loco cuando va por la calle hablándole al viento: no, está hablando con alguien a través de un micrófono inalámbrico y un audífono invisible. Ya no hay nefelibatas, ya nadie vive en las nubes: todos están conectados a algo o a alguien todo el tiempo: pasan trotadores conectados al i-pod, no dejan de chatear o de mandarse sms. Antes había casos, cuando el avión aterrizaba, de unos pocos adictos que corrían a fumarse un cigarrillo; ahora nadie parece adicto porque todos lo somos: lo primero que hacemos cuando el avión toca tierra es prender el teléfono. Y hasta hay idiotas que gritan en la cabina: “recuerde que esto que le estoy diciendo es muy delicado y muy confidencial”, pero lo esparcen a los cuatro vientos.
Al montarme al carro pienso en las llamadas que haré para no perder tiempo mientras esté en semáforos largos o en embotellamientos de tráfico. No hay tiempo muerto, no hay un instante para estar ensimismado, para mirar el paisaje, para recoger los pedazos del alma, para armar el rompecabezas de las ocurrencias, para rumiar una frase que se quiere escribir, para pensar en algo que se oyó o que se nos ocurrió, en suma, para aclarar las ideas.
Me atormenta la vida el hecho de pasar el día entero frente a una pantalla (ya muchas menos horas del día las paso frente a las páginas de un libro o frente a la contemplación sedosa y sedentaria de un árbol, un lago o una montaña) salpicando entre temas, con una atención dispersa. Hay quienes dicen que si el cerebro no descansa con una pausa en los estímulos, poco se aprende. Todos parecemos muchachos con déficit de atención: saltando de una cosa a otra, saltando aquí y allá, enloquecidos. Si alguien mete las patas ya no se da un codazo: se manda un mensajito por el Blackberry.
La televisión ya es un mueble viejo: a nadie se le ocurre pasar el tiempo concentrado en un programa. Comparada con las nuevas tecnologías, la televisión parece tan anticuada como un libro encuadernado en pergamino.
¿Qué es una telenovela, comparada con la telenovela real de Facebook? Ya no hacemos casi nada porque nos pasamos el tiempo haciéndolo todo al mismo tiempo. Ya no estamos aquí porque nos la pasamos conectados a otra parte.

Héctor Abad Faciolince.